Hay ¨pecados¨ que merecen ser repetidos

0
24713

Has llegado justamente en el momento en el que las puertas al amor le habían cerrado. En el momento en el que con mi soledad deseaba establecerme. Momento que deseaba guardarlo para mí solamente. Simple y sencillamente porque ¨enamorarme¨ nuevamente no estaba en mis planes ni en mi mente. Al menos no por un tiempo.

Sinceramente me encontraba estable, tranquila y en paz. Y como un remolino llegaste poniendo mi mundo en tempestad. Derribando muros y aquella estabilidad. Llegaste sin previo aviso, sin una notificación o una advertencia.

Simplemente apareciste con aquella mirada tan profunda y sincera tan característica de ti. Con esa sonrisa exquisita y coqueta que a cualquiera logra derretir.

 

 

Y mientras yo decía ¡no!, mi voz interior me gritaba un ¡sí!

No eras la clase de chico que se fijaría en mí. Alguien tan gris que pasa desapercibida y no porque mi aspecto no logre lucir, simplemente porque la discreción es algo muy particular en mí.

Tú, el chico que atrae a todas. El galán risueño que tiene una larga lista de admiradoras. Un día me miraste como nadie más, y ahí comenzó el juego de seducción en el que sin dudar quiero caer una vez más.

El tiempo en soledad me había vuelto más fría, mas consiente de mis acciones y más firme al tomar decisiones. Desde entonces no había aparecido nadie que lograra intranquilizarme.

Aquella mirada tan penetrante que buscaba la mía insistentemente y que cuando la encontraba lucía como un lobo feroz a punto de devorarme tiró a mis pies todo el armazón que me cubría.

Tu mirada logró hacerme sentir lo que hace mucho no sentía. Me comenzaste a intimidar y eso te parecía gustar. Y cuando menos pensé me regalaste la más perfecta sonrisa que nunca imaginé.

Y lo pensé: -definitivamente esto no puede ser-, pero entonces estabas ahí, justo enfrente de mí, hablándome de ti y preguntándome por mí. Respirando tu aroma, extasiándome con tu voz, derritiéndome con tu sonrisa, intimidándome con tu mirada, despertando todas y cada una de mis terminaciones, esas a las que les provocaste mil sensaciones.

Provocaste en mi lo que hace mucho nadie provocaba. Un deseo insaciable de tenerte en mi cama. De acariciar tu piel, disfrutar tu desnudez y hacer el amor hasta el amanecer. Pero por más que te deseara no me quería arriesgar; a veces hay pasiones más fuertes que el amor. Engancharme en tal situación podría traerle consecuencias a mi corazón, pero bien dicen que… el corazón no entiende de razón.

Como la mujer ¨madura¨ que me consideraba, me vestí de aquella armadura nuevamente que solo tu mirada quitaba. Sin comprender mi comportamiento te volviste más insistente. Eran más constantes tus acercamientos y tus coqueteos que me desquiciaban exquisitamente.

¨Hay riesgos que valen la pena correrse¨

Y sin querer, ni poder, ni deber controlarme más, decidí jugármela sin pensar. Había estado tanto tiempo en mi ¨zona de confort¨ para no exponer mis sentimientos, pero ésta vez sin dudarlo más, quería vivir dicho encuentro.

Deseaba como nunca sentirme de nuevo mujer. Entregarme a sus brazos y explotar de placer. Creo que hay instantes en la vida que no se deben desaprovechar, cada cosa vivida es una experiencia para contar. Si estaba bien o mal ya no me importaba. Ésta vez sin importar las consecuencias quería jugármela.

Era mi decisión y lo deseado estaba ocurriendo en tu habitación. Cedí a todos tus encantos. Caí en el juego que tú habías comenzado. Disfruté el desnudarte paso por paso y explorar en tu cuerpo cada rincón y cada espacio.

 

 

Sentir tus manos varoniles y fuertes acariciar mi piel, el que me recorrieras con tu lengua de la cabeza a los pies. Es tan difícil explicar dicho encuentro. Sin importar si era amor, pasión o deseo; no cabe duda que fue un momento perfecto.

Me tomaste en tus brazos y caminaste hacia tu cama. Lentamente bajaste mi cuerpo acostándome en tus sabanas. No fue necesario conocerme de mucho tiempo atrás. Me tocaste cada fibra; me excitaste y extasiaste hasta sentir que ya no podía más.

Me perdí en tu infinita mirada. Memoricé tus gestos cuando encajé mis uñas en tu espalda. Algo sin igual escuchar tu respiración entrecortada, lo bien que se sentía cada vez que me tocabas.

No hubo espacio para la cordura. El momento era tan mágico que solo pude concentrarme en mirar como tomabas mi cintura. Como una y otra vez me hacías tuya y con ello me confirmabas que nunca era tarde para volver a sentir. Y aquellas mariposas enjauladas con tus besos habías dejado salir.

 

 

Aquella sensación de nervios se había apoderado de mí. La mujer madura, fría, consiente y firme ya no existía más. Todo un caballero pervertido difícil de olvidar. Una experiencia inolvidable imposible de igualar. Lo que no hice jamás con nadie tus brazos me lo vinieron a enseñar.

Estas ganas de ti aumentan cada día más. Coincidencia, destino o karma, ¡no lo sé! Lo cierto es que con nadie más me había sentido tan plena y tan mujer.

Con ese encuentro comprobé lo que tanto había temido y me había prohibido, me había enamorado de él y ante ese amor me había rendido.

¨Sus brazos son la guarida perfecta a la que quiero volver, porque hay pecados que merecen ser repetidos una y otra y otra vez…¨

 

Autor: Stepha Salcas