Vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, done el físico importa más que el intelecto.

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Vivimos en un mundo donde la boda importa más que el amor, vivimos en la cultura del envase que desprecia el contenido, no por nada la mayoría están preocupados más por desarrollar su físico que su mente, se preocupan más por vestir bien que por sentirse bien, se preocupan más por lo que dice la gente de ellos que por lo que ellos mismos piensan de si mismos, las personas se han convertido en etiquetadores superficiales, donde basta una mirada para decidir sobre ti, donde como te veas resulta más importante de como piensas, de aquello que conoces y tu forma de sentir, las personas siguen preguntándose porque los fracasos en el amor son tan constantes, mientras siguen tachando de su lista a las personas mejores parecidas que han conocido, cuando posiblemente tienen al lado a la persona correcta en el banquillo del mejor amigo.

Es hasta cierto punto divertido ver como las personas dicen una cosa y hacen completamente lo contrario, porque en el fondo todos sabemos que es lo correcto pero no queremos llevarlo a cabo, y no es hasta después de demasiados tropiezos cuando terminamos aceptando que hay cosas más importantes que las apariencias, porque las apariencias dejan de serlo cuando se vive con la persona por un tiempo, y es ahí cuando conocemos a esa personalidad hueca rellenada con capítulos de novelas o con ideas de personalidades de la tv, personas que han perdido su propia esencia, que son incapaces de atraer más allá de la presentación que tanto han practicado, personas que carecen de una opinión propia, de sueños propios, y que han adquirido sueños vacíos que creyeron que les darían la felicidad y cuando algunas de estas personas por fin logran alcanzarlos terminan frustradas en el silencio.

Atónitos sin poder comprender como es que a pesar de haber logrado sus objetivos son incapaces de sonreír, son incapaces de sentir la euforia y la felicidad que estos logros deberían de estarles dando, y algunos creen que la vida no vale nada, que incluso alcanzando la cima de la montaña no se es feliz, y otros pocos son los caen y se dan cuenta del error que cometieron, el grave error de buscar los sueños ajenos, el grave error de dejar que las otras personas les dijeran que debían de sentir, que deberían de soñar, que deberían de pensar, se dan cuenta que la felicidad de uno puede significar nada para otro, porque las personas somos distintas, y por más que nos esforcemos por pareces todos iguales en realidad no lo somos, y es eso precisamente lo que nos hace especiales y lo que le da sentido a nuestra propia existencia y terriblemente es precisamente esa individualidad contra la que atentamos primero para “ser parte de la sociedad”, para “encajar” ser vistos bien.

Pero ¿de que sirven las envidias o los halagos de otros cuando somos nosotros mismos quienes nos sentimos inconformes con la vida que llevamos?, dejemos de etiquetarlo todo, y no permitamos que los demás nos etiqueten, luchemos por conocer a las personas tal cual son y porque nos conozcan independientemente de si les gusta quienes somos o no, dejemos de mirar tanto en los envases y las portadas de mercadotecnia, que no siempre lo más caro es lo mejor, démonos el gusto de conocer a todos de primera mano, de tener una opinión personal de cada quien, dejemos de ser tan superficiales, y aprendamos a ver más allá de la envoltura, porque a final de cuentas cuando compras algo la envoltura es lo primero que terminas tirando y es con el contenido con lo que te quedas.

Autor: Sunky