Siempre me molesto que mis padres quisieran tomar las decisiones más importantes de mi vida, que me dijeran como tenia que vestir, que música me debería de gustar, que carrera estudiar, que me dijeran cuales amistades eran correctas y cuáles no. Y aunque sabía que no lo hacían con malas intenciones, que dentro de sus corazones había una profunda y sincera preocupación porque en algún momento yo pudiera ser feliz, y que ellos en verdad creían que estaban haciendo lo correcto, no podía quitarme de la cabeza que ellos no me tenían respeto, que me consideraban una idiota que no tenía la capacidad para elegir el camino correcto, que creían saber más de mi como para decirme quienes me deberían de acompañar o en cual carrera terminaría siendo más feliz, por eso me juré a mi misma que cuando tuviera mis hijos les respetaría por completo y que no me metería en sus toma de decisiones como mis padres lo hicieron conmigo en su momento.
Hay un dicho que dice “nunca digas de esa agua nos haz de beber porque ahí te ahogarás”, y es que nunca seremos capaces de ser completamente objetivos, porque nunca podremos considerar todos los puntos de vista, por más que nos esforcemos por considerar todas las posibilidades, siempre seremos incapaces de hacerlo cuando no tenemos en nuestra experiencia propia las razones que podrían tener los demás, y fue así como pasaron los años y sin darme cuenta me descubrí haciendo lo mismo de lo que me queje tanto cuando yo era la hija, y es que no fue hasta que mi hijo me dijo que no le permitía vivir su vida de acuerdo a sus propias decisiones cuando tuve un flash back y me recordé a mí misma reclamándole a mis papás lo mismo.
Ahora estaba yo en el otro lugar, en el lugar donde jure que nunca me encontraría, ahora era mi hijo el que me miraba de esa manera tan decepcionada, y era él el que se decía a si mismo que yo no lo hacia con mala intención, pero que desearía que le dejara en paz para vivir su vida de acuerdo a sus sueños, de acuerdo a su propia ideología, entendí que solamente estando del lado en el que me encontraba se podía saber aquella angustia de ver a un hijo a punto de tropezar, y que es una reacción instintiva el saltar en su ayuda e impedir que se haga daño, que no se trata de ser alguien egoísta, o que crea que lo sabe todo, si no que la simple experiencia de lo vivido con antelación nos da la capacidad de percibir el peligro que asecha a nuestros hijos, que sabemos cuando pueden caer porque hemos recorrido ese mismo camino.
Muy a mi pesar entendí que los padres no tenemos como nuestro roll más importante el proteger a nuestros hijos de todo, que debemos dejarles recorrer su propio camino, y que es indescriptiblemente difícil el ver como se dirigen a un hoyo y tenemos que dejarles caer, porque solamente así entenderán por ellos mismos que ese no era el camino correcto, porque solamente así podrán tener sus propias experiencias, y elegir sus propios caminos, tenemos que entender que aunque conocido nuestro camino no es necesariamente el mejor para ellos, y que aunque podemos dirigirles por los lugares donde nosotros ya pasamos eso no es sinónimo de poder protegerles, debemos aprender a mordernos los labios y quedarnos callados cuando ellos han tomado una decisión, porque son personas inteligentes que sabrán salir de las adversidades.
A final de cuentas para eso les educamos, para que fueran capaces de abrase camino por el mundo, de elegir el camino que más les guste y de no gustarles uno, hacer el propio, y esto siempre será más difícil hacerlo que decirlo, porque aunque sepamos que es lo correcto es muy difícil dejar que nuestros hijos se tropiecen frente a nosotros, y más aun no ir corriendo a levantarles cuando no nos han pedido nuestra ayuda, pero esa es la forma correcta, eso es lo que debemos hacer, observarles y apoyarles en los caminos que hayan elegido, y no salir corriendo a meternos en sus vidas inmediatamente después de que cometan un tropiezo, a fin de cuentas nosotros ya vivimos nuestras vidas y debemos dejarles vivir las suyas aunque eso signifique estar preocupadas por ellos todos el tiempo.
Autor: Sunky